Nos empeñamos en malgastar nuestro tiempo buscando conflictos artificiales, aparte de los conflictos que la propia naturaleza y la propia vida nos regala.
No somos lo suficientemente inteligentes como para dedicar nuestro esfuerzo a resolver los problemas que naturalmente se nos presentan y disfrutar de los momentos de paz que se intercalan entre ellos.
No entenderé a las personas con ese empeño.
El de buscar y buscarse problemas, iniciarlos o inventarlos.
Me pregunto qué placer se encuentra en eso, qué se gana creando un conflicto donde no lo había. Porque esa lucha con los otros no trae satisfacciones, a no ser la perversidad del sentimiento de verlos vencidos, angustiados o fastidiados.
¿Y qué sacan de eso? ¿Qué ventaja para sus propias vidas?
Un día, y otro, y otro, estrujando el cerebro para intentar conseguir el mal ajeno, supongo que con la única satisfacción de ver o de pensar que el otro sufre, o pierde, o, al menos, no está tranquilo.
Sin darse cuenta de que, al mismo tiempo, ellos están perdiendo su valioso tiempo, sin dedicarlo a su propio provecho, a su propia felicidad.
No lo entiendo, pero ellos tampoco lo entienden.
Por más que se les diga y se le explique. Sólo contestan… yo sigo adelante hasta el final, yo no me rindo. Pero ¿hasta qué final? ¿qué premio conseguirán?....
Me da mucha pena la sociedad, cada vez una parte más ancha de ella, perdidos en sus nimiedades, en sus peleas y luchas ridículas, sin pararse a pensar ni un minuto qué es su vida, qué van a hacer con ella antes de que se acabe.
Infelices... qué ganarán, qué perderán... como decía Aute.