Sí, la vida es como un juego.
A pesar de que lo sé, día tras día lo recuerdo cuando veo a la gente a mi alrededor.
A pesar de que hablamos constantemente de la vida, machaconamente, sigo asombrándome al ver a las personas jugar a este juego.
Ya sé que me repito. Pero sólo me lo digo a mí mismo. Quizás no quiero olvidarlo.
Quiero escribirlo después de haber pasado un buen rato y haber conversado con una persona a la que aprecio, con más años que yo a la espalda, seguro que con más cabeza y más inteligencia, y también con más éxito en sus alforjas. Una persona con los pies en el suelo y las ideas claras.
Hablábamos de que no somos más que niños o muñecos jugando a las casitas, creyendo que tenemos por delante y en nuestras manos un mundo difícil y complejo, en el que somos protagonistas.
Y no sólo protagonistas, sino patronos y señores, amos y dueños, con supuestos bastones de mando que lo manejan y lo dominan. La política, la sociedad, la economía, el ámbito de trabajo, nuestro grupo de amigos, la familia...
Cuando empezamos a jugar con la vida, allá en nuestra adolescencia, vemos a lo lejos un castillo inmenso, del que soñamos ser propietarios en el futuro. Ese futuro que juzgamos tan grande, tan maravilloso... y sólo nuestro.
Después de unos cuantos años, nos vemos caminando por los pasillos del castillo, que seguimos soñando grandioso, orgullosos como señor feudal en sus posesiones y con sus vasallos, creídos de que manejamos los hilos de un mundo que no es en realidad sino la ínsula de Barataria.
Y finalmente, pasados ya demasiados años, con canas y arrugas, abrimos los ojos al juego, se nos despeja la mente... ¿y qué?... pues que ya es tarde. Era un castillo de naipes.
Ya no podemos volver a jugar con los ojos abiertos. Nos enfadamos y nos rebelamos contra nuestro cándido Sancho al vernos en el espejo.
Cuando nos damos cuenta de que ha sido un juego... ya ha terminado.
¿Por qué no vimos el juego antes?
Y sin embargo, y aunque parezca mentira, ha sido y no ha sido un juego... ¡qué extraño!
Hemos apostado inconscientes lo único que tenemos y lo único que somos.
Nosotros mismos, nuestra propia vida.
Y nuestra alma, que no juega, aunque a ratos lo parezca.
Hemos sido nosotros. Nosotros somos ella, y con ella nos vamos.
Nos vamos en la caja de las fichas, los dados y los naipes.
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