domingo, 23 de marzo de 2008

Soledad


Vieja amiga.
Fiel compañera de los días y las noches.
Testigo callado de alegrías y tristezas.
Apoyo, comprensión y confidente.

No te entienden. No haces hueco entre la gente.
Sorda y ciega, ni te escucha ni te acepta.
Asustas y espantas con tu manto largo.

Bajo ese manto oscuro te conozco.
Tierna y suave. Susurrante.
Hieres dulcemente y abrazas mientras hieres.
Comprendes y amas cuando oprimes.

Tu indulgencia es luz y abrigo.
Entre la tiniebla que aprieta.
Entre el granizo que rodea.

Tu cara triste es la soga que salva y que sujeta.
Pero tu tristeza es soga también que constriñe y apresa.
Confesora y tirana.
Sombra y luz.
Estrella negra.

Inseparable amiga y compañera.

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domingo, 16 de marzo de 2008

Sin que sirva de precedente


Por una sola vez voy a reflexionar sobre la economía.
Sobre la globalización económica que nos trata a todos como títeres.
Resulta que por unos malos procederes de unos señores que juegan con dinero ajeno (sobre todo en Estados Unidos... ¡cómo no!), por el enriquecimiento desmesurado de otros que ponen ladrillos a precio de oro, porque alguien juega al Monopoly con el petróleo y otras materias primas... paga el pato todo el mundo.
Pero el pato no lo pagan quienes tienen sus billetes guardando sus espaldas, sino todos, especialmente los que no tienen nada y viven al día.
Suena a payasada que algunos jugando a casitas con dinero de verdad ocasionen una crisis que afecta al mundo entero.
Por muy curioso que sea, es triste que las crisis que ocasionan los ricos la paguen los pobres.

No quiero entrar en profundidades.
Pero me enrabieta que la globalización la pague quien no debe.
Si Wall Street tose, el mundo coge la gripe.
Si la Fed se pone triste, el mundo se angustia y se deprime.
Si a Bernanke le duele la cabeza, a los demás nos entra un tumor cerebral.
¿Acaso la globalización sirve para que el tercer mundo viva mejor?
¿Se ha industrializado?
¿Ha aumentado su calidad de vida?
¿Ha disminuido su tasa de tuberculosis o sida?
No lo veo.

Resulta que la economía estadounidense se va a pique porque ciertos banqueros eran demasiado alegres con el dinero ajeno.
Y a los demás nos entra el pánico.
Al parecer todo es una cadena.
Las hipotecas americanas son un fiasco y como por efecto dominó, después de una larga sucesión de consecuencias interrelacionadas, el pan y la leche que tú compras en la tienda suben.
Y resulta que porque otros señores se han enriquecido abusivamente con el ladrillo durante años, a través también de otra larga cadena de consecuencias relacionadas, el pan y la leche que tú compras también suben.
O sea, que da igual.... sea quien sea el delincuente... lo que está claro es que la culpa la tienen el pan y la leche, que tienen que subir por narices.
Y tú, que nunca has roto un plato, pagas. Ellos son ricos, y no pagan.
Hay que fastidiarse.

Volvemos a lo de siempre.
¿Dónde está la libertad individual?
¿Por qué aceptamos vivir como pájaros enjaulados siguiendo las normas que otros deciden para nosotros?
¿Por qué sufren las crisis quienes sólo quieren vivir en paz y son más sensatos que quienes las ocasionan?

No sigo porque los humos me salen por las orejas.

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domingo, 2 de marzo de 2008

Un juego


Sí, la vida es como un juego.
A pesar de que lo sé, día tras día lo recuerdo cuando veo a la gente a mi alrededor.
A pesar de que hablamos constantemente de la vida, machaconamente, sigo asombrándome al ver a las personas jugar a este juego.
Ya sé que me repito. Pero sólo me lo digo a mí mismo. Quizás no quiero olvidarlo.

Quiero escribirlo después de haber pasado un buen rato y haber conversado con una persona a la que aprecio, con más años que yo a la espalda, seguro que con más cabeza y más inteligencia, y también con más éxito en sus alforjas. Una persona con los pies en el suelo y las ideas claras.

Hablábamos de que no somos más que niños o muñecos jugando a las casitas, creyendo que tenemos por delante y en nuestras manos un mundo difícil y complejo, en el que somos protagonistas.
Y no sólo protagonistas, sino patronos y señores, amos y dueños, con supuestos bastones de mando que lo manejan y lo dominan. La política, la sociedad, la economía, el ámbito de trabajo, nuestro grupo de amigos, la familia...
Cuando empezamos a jugar con la vida, allá en nuestra adolescencia, vemos a lo lejos un castillo inmenso, del que soñamos ser propietarios en el futuro. Ese futuro que juzgamos tan grande, tan maravilloso... y sólo nuestro.
Después de unos cuantos años, nos vemos caminando por los pasillos del castillo, que seguimos soñando grandioso, orgullosos como señor feudal en sus posesiones y con sus vasallos, creídos de que manejamos los hilos de un mundo que no es en realidad sino la ínsula de Barataria.
Y finalmente, pasados ya demasiados años, con canas y arrugas, abrimos los ojos al juego, se nos despeja la mente... ¿y qué?... pues que ya es tarde. Era un castillo de naipes.
Ya no podemos volver a jugar con los ojos abiertos. Nos enfadamos y nos rebelamos contra nuestro cándido Sancho al vernos en el espejo.
Cuando nos damos cuenta de que ha sido un juego... ya ha terminado.
¿Por qué no vimos el juego antes?

Y sin embargo, y aunque parezca mentira, ha sido y no ha sido un juego... ¡qué extraño!
Hemos apostado inconscientes lo único que tenemos y lo único que somos.
Nosotros mismos, nuestra propia vida.
Y nuestra alma, que no juega, aunque a ratos lo parezca.
Hemos sido nosotros. Nosotros somos ella, y con ella nos vamos.
Nos vamos en la caja de las fichas, los dados y los naipes.

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