Las ideas que revoloteaban en tu interior se quedan paralizadas y no dan señales de vida.
Las conversaciones son superfluas, el interés no va contigo.
¿Será la primavera? ¿Que termina el curso y empieza el verano? ¿Que te ha bajado la tensión arterial?
Yo sé que para mí cada año no comienza el uno de enero.
Comienza cada verano, con su fin de curso y su comienzo de vacaciones.
Es cuando pienso, cuando me hago proposiciones ilusorias, cuando decido cambiarlo todo... pero sin mente es muy difícil hacerlo.
Y tengo que hacerlo... como sea.
No puedo perderme este año todos mis proyectos (que nunca se cumplen), mis determinaciones más firmes (que se las lleva el viento), y mi total decisión de dar la vuelta a la tortilla (que siempre se queda como está).
No. Tengo que sacudir la mente, a ver si es que está dormida, o llamarla a voces si es que ha sido una pendona y se ha ido por ahí de picos pardos.
Porque ya es tarde y tengo que empezar a planificar como todos los años mi decisivo e irrenunciable cambio de vida.
En agosto ya no me reconoceré ni en el espejo, seré otra persona nueva, con una vida nueva (¡madre mía... como siempre!).