domingo, 28 de octubre de 2007

Rarezas


Raros los que piensan, porque no se dejan llevar por la fuerza del rebaño.
Raros los que sienten, porque no miran hacia otro lado dejando pasar la vida.
Raros los que critican, porque no entienden que el mundo debe ser como se les muestra.
Raros los que conversan, porque ya pasó el tiempo del diálogo.
Raros los que ayudan, porque ser bueno provoca sólo risas.
Raros los que quieren, porque no saben que no se les devolverá nada.
Raros los que aman, porque su amor puede acabar recibiendo desdén sólo.
Raros los que trabajan, porque malgastan su tiempo en hacer lo que puede hacer otro.
Raros los comprometidos, porque desconocen que su interés caerá en saco roto.
Raros los que mantienen su palabra, porque están solos en un mundo de engaños.
Raros los libres, porque la libertad sólo es para locos.
Raros los compasivos, porque su sentimiento nunca será comprendido.
Raros los amigos, porque pocas veces serán correspondidos.
Raros los pacíficos, porque no son más que cobardes.
Raros los que ríen, porque no están cuerdos.
Raros los que lloran, porque son débiles.
Raros los sinceros, porque la verdad no interesa.

Bienaventurados los raros, porque sólo ellos están vivos.

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domingo, 21 de octubre de 2007

El sentido de mi vida


La vida nuestra tiene un sentido que no podemos apreciar con los sucesos cotidianos y ordinarios que nos acontecen. La sucesión de hechos simples que vivimos desde que amanecemos hasta que anochecemos cada día no la explican ni justifican. Son sólo el borde del camino, el paisaje que nos rodea y que vemos pasar según avanzamos sin detenernos. A pesar de que pueden envolvernos y conseguir ser el centro de nuestro pensamiento, de nuestra acción y nuestro argumento.

La vida -el sentido de la vida- no tiene que ver con eso.
La vida tiene un sentido propio en sí misma.
Es un concepto y una realidad que poseemos desde que nos fue dada.
La vida somos nosotros. En nuestra más profunda vivencia. En nuestro profundo ser más íntimo.

Adornada con pétalos y espinas. Con días y noches. Con luces y sombras.
Pero los adornos no sirven, no explican ni fundamentan la existencia.
La existencia es el tronco, no las flores, ni siquiera la corteza.
Las flores embellecen, las espinas molestan, la corteza cubre, pero la vida es la esencia.

Nos dejamos cegar por las cunetas, sus colores, sus piedras, sus cardos, sus cerezas…
Y olvidamos la luz misma del camino.
La luz propia, nuestra luz… la que nos ofrecieron gratis cuando aquí caímos.

El regalo más hermoso y más grande… nosotros mismos, únicos, diferentes.
Unidos nuestro cuerpo y nuestra alma en un ser difícil, complejo y perfecto.

Vivir la vida mirando al frente.
Salir de esas cunetas y no perderse en pequeñeces.
No olvidar quienes somos… nosotros mismos, independientes.
No perder la vida, no perder el tiempo.
No agacharnos ni bajar la cabeza.

Puede ser el mismo sentido de la vida el motor que nos mueva.
Si somos capaces de no perder el horizonte.
Si miramos adelante con la mente abierta.
Si no nos ahogamos en angustias inútiles.
Si, con todas nuestras dudas, nos sabemos hombres y mujeres libres.

Si, al final, morimos satisfechos, tranquilos y serenos,
por haber encontrado el verdadero sentido a nuestra existencia.

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martes, 16 de octubre de 2007

Oporto ("Porto")


Nunca me defrauda.

Nunca he vuelto de Portugal defraudado.
Tantas veces que he ido a ese hermoso país, tantas veces que he vuelto encantado.
Con la sensación de que estoy en casa, más que en muchas otras regiones de España.

Su gente tan especial, su ambiente cálido y amigo.
Su vida intensa.
El movimiento y el calor que fluye en el aire y en las calles.
Su idioma, que entra en tu interior, amable, acariciando.

He estado una vez más en Oporto estos días, este puente.
He disfrutado una vez más de su vida, de sus gentes, de sus francesinhas, de sus “tripas” (nuestros callos), de su bacalhau y su vinho verde.
He vuelto a sus bodegas.
He vuelto a comer en Matosinhos y he vuelto a sentarme en la Ribeira.

Precisamente allí, en la Ribeira, en esa Ribeira que se ve en las fotos, sentado en una terraza y tomando una cerveza, estuve con una mujer portuguesa que, no me acuerdo a cuento de qué, me soltó lo único que se me quedó grabado de ella: “...al fin… ¿no somos españoles y portugueses como hermanos?...”.
Y sí, se me quedó grabado, porque eso es precisamente lo que siempre he sentido. Siempre he estado en Portugal como en mi casa.
Siempre como hermanos.

He pasado unos días tranquilos, a gusto.
Cada día quiero más a Portugal.
Al lado de mi Atlántico dorado.
Vengo con aires nuevos y con bríos renovados.

Gracias, Portugal.
Gracias, amigos portugueses.

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sábado, 6 de octubre de 2007

La carretera y yo

Ya sé que suena a copia, a plagio.

Aunque esta copia más que nada suena a prosa.
Pero el título es así, qué voy a hacerle, porque así me sale… porque la carretera es mi Platero… aunque a ella yo aún no le he dado ningún nombre.
La carretera y yo… juntos y revueltos.
Un ser único formado por dos aventureros, ella y yo, y yo y ella.

Dulce Platero trotón, burrillo mío,
que llevaste mi alma tantas veces
—¡sólo mi alma!—
por aquellos hondos caminos...

No puedo describir la sensación que tengo cuando me lanzo al viaje y huyo del hormiguero humano de la ciudad (por lo de hormigas… y por lo de humanos).
No puedo porque no sé plasmarlo en palabras.
Yo solo… a veces en el coche, a veces con el casco y mi niña de dos ruedas. Da lo mismo.
Nos quedamos solos y nos hablamos.
La carretera y yo, o yo y la carretera.

Esa sensación tan profunda de paz que siempre he sentido con ella.
Cuando era todavía niño y adolescente, en viajes familiares, mirando y evadiéndome por la ventana, soñando, imaginando, amando y siendo amado por la naturaleza que volaba ante mis ojos.
Ya entonces me podía lo romántico.
Y después, de adulto, ese amor mutuo que se ha hecho más profundo y más intenso.
Me sigue pudiendo.
¿Podré decir que es mi mejor cómplice?... mi carretera… los caminos… el paisaje… la naturaleza… y yo con ella.

Ahora, a mis años, salgo a verla... a estar juntos, acompañados de la hierba, de los árboles, de los campos, de los algodones de nubes allí arriba... saludando.
Con la música de las ondas o con la música del aire y de la tierra.
Ahora salgo y me emociono... me alegro y me entristezco, depende.
Río y lloro.
Lloro mucho cuando la vida me aprisiona… y ella sola me consuela.
Pero lloro de verdad, con lágrimas de las buenas.
Y río también de verdad, cuando puedo, y los ojos se me alegran… y suelo dar golpecitos con la mano en el volante o en los manillares, según sea, compañeros de esas risas y ese gozo.

Mucha gente no lo entiende. Me preguntan si me aburro.
Pobre gente.
No saben cómo es, no saben qué momentos...
No saben que viven en la tierra.

Lo que pierden…

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