¿Quién dijo que nacer supondría la felicidad, que abrir los ojos sería sinónimo de ventura, que el mundo que descubrimos un día sería un suave colchón de algodones?
Cuando nacemos no nos regalan el mundo, nos regalan la vida.
Y la vida es nuestra y está por hacer. El mundo ya está hecho.
Vamos haciéndola a base de errores y aciertos, facilidades y tropiezos.
A veces es culpa y mérito nuestro, a veces no... porque la suerte también existe, como existen las ayudas, los apoyos y las zancadillas.
Todo esto me viene a la mente a raíz de un comentario reciente de mi buena amiga Tchi.
“Hilvanar el presente entre el pasado y el futuro” es construir nuestra existencia.
Porque la vida no deja nunca de construirse, nunca se termina de hacer. Y nunca nada en ella es fijo y sólido, aunque ciertas condiciones y circunstancias materiales nos parezcan conseguidas y las veamos logradas... no significan nada en nuestro caminar.
Tan sólo la comodidad material, incluso el peligro de embotarnos el cerebro.
Hilvanar nuestra vida es tarea constante, irrenunciable si queremos seguir creciendo y “viviendo”, consiguiendo éxitos y superando fracasos.
Si pasamos de ello, seremos sólo ladrillos, materia, muertos en vida.
¿Debemos ser niños siempre? Ojalá fuera así.
Es la forma de ganar, de crecer, de conocer, como nos dijeron los sabios griegos.
Lo malo es que presumimos de adultos, nos gusta creer que dominamos la vida, que sabemos todo, que manejamos los hilos.
Cuanto más ignorantes e ilusos somos, más maduros nos creemos.
Más despreciamos a los inquietos inteligentes.
Más soberbios e inmóviles nos volvemos.
Ya no creo en la madurez humana como me la cuentan.
Prefiero la inquietud del niño.
¿Quién dijo que nacimos sentados?
Las manos y las piernas son para algo.
La mente y el espíritu, para mucho más.
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