Esperamos mucho de los demás, ofrecemos poco.
Creemos que nacimos con un derecho universal e innato a ser servidos por los demás, a ser atendidos, respetados, e incluso admirados. A ser el centro de un círculo que nos rodea.
Por contra, creemos que los demás nacieron con una obligación universal e innata de servirnos y atendernos, de sufrir nuestros sufrimientos y aligerarlos, de vivir para ayudarnos y hacernos la vida agradable, de satisfacer nuestras necesidades y caprichos. De formar nuestro círculo.
Pensamos que nacimos marqueses, y los demás mayordomos.
Y en nuestro fuero interno, qué poco nos gusta aquél que no cumple sus deberes.
Que no está pendiente, que no adivina nuestros deseos y no los satisface, que no nos mira como debe.
Aquél que no nos adula, que no acepta nuestras decisiones con benevolencia, y no imagina nuestras necesidades más íntimas y escondidas.
Que no cumple su misión en la vida.
Cuánto cuesta encontrar al humilde.
No al humilde obligado o incapaz, falso humilde.
Me refiero a esa categoría de cualidad humana en hombres y mujeres, que llamo “humildad de nacimiento”, que se refleja en su cara, como refleja sus sentimientos y como refleja su inteligencia. Sí, su inteligencia.
Que nació con la certidumbre de que su vida es su batalla.
Que si otro le ayuda y le apoya, es su mérito, mérito del otro y no propio.
Y que si están con él y le buscan libremente es porque algo lo merece.
Es la gente que vive sin exigir, sin preguntar, sin presionar.
Que ofrece su ayuda sin que se le pida.
Que se retira sin más cuando no es bienvenido.
Que no guarda rencor si no es admitido.
Que entiende cuando no es entendido.
Es la gente que calla.
Que mira y hace más que habla.
Es la gente discreta que guarda su silencio.
Es la gente que, aún herida, respeta y entiende otros silencios.
Es la gente que distingue las pajas y las vigas.
Es la gente que quiero, la que merece la pena, la que me alegra por dentro cuando miro sus ojos limpios y brillantes, ojos como estrellas, la que me enriquece sin que lo sepa, la que guardo en el corazón más que en la cabeza.
Es la gente de la que intento aprender a salir de mi marquesado… mi propio marquesado de nacimiento.
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